octubre 29, 2005
Bodas y biblias.
Las iglesias suelen evitar bodas al aire libre. En un templo, la lectura de par�bolas sobrevuela las cabezas de la audiencia como har�an las claraboyas de la fe. Fuera del templo, en cambio, el reba�o se dispersa. La voz del reverendo se debilita con el flujo del polen hacia las narices de los fieles, la palabra divina se erosiona y empieza a fallar como un viejo anuncio de ne�n. El Reino de los Cielos vale, cuando mucho, lo que un su�ter de algod�n, indiana y encajes de poli�ster.
Despu�s de la ceremonia, por lo general, hojas de maple caen sobre el plato del reverendo, que ya no tiene quien salga en su protecci�n. La misa es suya; pero la fiesta es presidida por alg�n loco oportunista, como el t�o Franky, que al segundo tarro manda al diablo las formalidades, tira el saco encima del pastel y desparrama merengue a las mujeres. Algunas le dirigen miradas incriminatorias, de desverg�enza, pero a nosotros nos parece genial, el t�o Franky, con el hocico pegado al tarro y rodeado de ni�os.
La fiesta llega a un cl�max si el t�o Franky se mete al chiquero y sale montado en el cerdo Garibaldi, un animal�n del tama�o de un Vocho que refunfu�a escandalosamente, y qui�n no, con un loco encima. Dios guarde al t�o Franky, de nombre italiano pero tan franc�s �l. Te digo, luego se quejan los franceses, siempre tan encimosos. No sorprende que les cayera como un mazazo la Revoluci�n, escrita con may�scula.
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